Juan Pablo II, Santo
Memoria litúrgica, 22 de octubre Por: P. Jürgen Daum | Fuente: Catholic.net
CCLXIV Papa
Martirologio Romano: En
Roma, en la basílica de San Pedro, san Juan Pablo II, papa, que gobernó
la Iglesia por veintisiete años, llevando su presencia misionera a
todos los puntos de la tierra, alimentando la doctrina con abundantes y
esclarecidos documentos, y convocando a todos los hombres de nuestra
época a abrir sus puertas al Redentor. († 2005)
Fecha de beatificación: 1 de mayo de 2011, por S.S. Benedicto XVI
Fecha de canonización: 27 de abril de 2014, por S.S. Francisco
Breve Biografía
Karol Wojtyla
nace el 18 de mayo de 1920, en Wadowice, a unos pocos kilómetros de
Cracovia, una importante ciudad y centro industrial al norte de Polonia.
Su padre,
un hombre profundamente religioso, era militar de profesión. Enviudó
cuando Karol contaba apenas con nueve años. De él -según su propio
testimonio- recibió la mejor formación: «Bastaba su ejemplo para
inculcar disciplina y sentido del deber. Era una persona excepcional».
De joven el
interés de Karol se dirigió hacia el estudio de los clásicos, griegos y
latinos. Con el tiempo fue creciendo en él un singular amor a la
filología: a principios de 1938 se traslada junto con su padre a
Cracovia para matricularse en la universidad Jaghellonica y cursar allí
estudios de filología polaca.
Sin
embargo, con la ocupación de Polonia por parte de las tropas de Hitler,
hecho acontecido el 1 de septiembre de 1939, sus planes de estudiar
filología se verían definitivamente truncados.
En esta
difícil situación, y con el fin de evitar la deportación a Alemania,
Karol busca un trabajo. Es contratado como obrero en una cantera de
piedra, vinculada a una fábrica química, de nombre Solvay.
También
en aquella difícil época Karol se iniciaba en el "teatro de la palabra
viva", una forma muy sencilla de hacer teatro: la actuación consistía
esencialmente en la recitación de un texto poético. Las representaciones
se realizaban en la clandestinidad, en un círculo muy íntimo, por el
riesgo de verse sometidos a graves sanciones por parte de los nazis.
Otra
importante ocupación de Karol por aquella época era la ayuda eficaz que
prestaba a las familias judías para que pudiesen escapar de la
persecución decretada por el régimen nacionalsocialista. Poniendo en
riesgo su propia vida, salvaría la vida de muchos judíos.
A
principios de 1941 muere su padre. Karol contaba por entonces con 21
años de edad. Este doloroso acontecimiento marcará un hito importante en
el camino de su propia vocación: «después de la muerte de mi padre
-dirá el Santo Padre en diálogo con André Frossard-, poco a poco fui
tomando conciencia de mi verdadero camino. Yo trabajaba en la fábrica y,
en la medida en que lo permitía el terror de la ocupación, cultivaba mi
afición a las letras y al arte dramático. Mi vocación sacerdotal tomó
cuerpo en medio de todo esto, como un hecho interior de una
transparencia indiscutible y absoluta. Al año siguiente, en otoño, sabía
ya que había sido llamado. Veía claramente qué era lo que debía
abandonar y el objetivo que debía alcanzar "sin una mirada atrás". Sería
sacerdote».
Habiendo
escuchado e identificado con claridad el llamado del Señor, Karol
emprende el camino de su preparación para el sacerdocio, ingresando al
seminario clandestino de Cracovia, en 1942. Dadas las siempre difíciles
circunstancias, el hecho de su ingreso al seminario -que se había
establecido clandestinamente en la residencia del Arzobispo
Metropolitano, futuro Cardenal Adam Stepan Sapieha- debía quedar en la
más absoluta reserva, por lo que no dejó de trabajar como obrero en
Solvay. Años de intensa formación transcurrieron en la clandestinidad
hasta el 18 de enero de 1945, cuando los alemanes abandonaron la ciudad
ante la llegada de la "armada roja".
El 1 de
noviembre de 1946, fiesta de Todos los Santos, llegó el día anhelado:
por la imposición de manos de su Obispo, Karol participaba desde
entonces -y para siempre- del sacerdocio del Señor. De inmediato el
padre Wojtyla fue enviado a Roma para continuar en el Angelicum sus
estudios teológicos.
Dos años
más tarde, culminados excelentemente los estudios previstos, vuelve a su
tierra natal: «Regresaba de Roma a Cracovia -dice el Santo Padre en Don
y Misterio- con el sentido de la universalidad de la misión sacerdotal,
que sería magistralmente expresado por el Concilio Vaticano II, sobre
todo en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium. No
sólo el obispo, sino también cada sacerdote debe vivir la solicitud por
toda la Iglesia y sentirse, de algún modo, responsable de ella».
Como
Vicario fue destinado a la parroquia de Niegowic, donde además de
cumplir con las obligaciones pastorales propias de la parroquia, asumió
la enseñanza del curso de religión en cinco escuelas elementales.
Pasado un
año fue trasladado a la parroquia de San Florián. Entre sus nuevas
labores pastorales le tocó hacerse cargo de la pastoral universitaria de
Cracovia. Semanalmente iba disertando -para la juventud universitaria-
sobre temas básicos que tocaban los problemas fundamentales sobre la
existencia de Dios y la espiritualidad del ser humano, temas que eran
necesarios profundizar junto con la juventud en el contexto del ateísmo
militante, impuesto por el régimen comunista de turno en el gobierno de
Polonia.
Dos años
después, en 1951, el nuevo Arzobispo de Cracovia, mons. Eugeniusz
Baziak, quiso orientar la labor del padre Wojtyla más hacia la
investigación y la docencia. No sin un gran sacrificio de su parte, el
padre Karol hubo de reducir notablemente su trabajo pastoral para
dedicarse a la enseñanza de Ética y Teología Moral en la Universidad
Católica de Lublín. A él se le encomendó la cátedra de Ética. Su labor
docente la ejerció posteriormente también en la Facultad de Teología de
la Universidad Estatal de Cracovia.
Nombrado
Obispo por el Papa Pío XII, fue consagrado el 23 de setiembre de 1958.
Fue entonces destinado como Obispo auxiliar a la diócesis de Cracovia,
quedando a cargo de la misma en 1964. Dos años después, la diócesis de
Cracovia sería elevada al rango de Arquidiócesis por el Papa Pablo VI.
Su labor
pastoral como Obispo estuvo marcada por su preocupación y cuidado para
con las vocaciones sacerdotales. En este sentido, su infatigable labor
apostólica y su intenso testimonio sacerdotal dieron lugar a una
abundante respuesta de muchos jóvenes que descubrieron su llamado al
sacerdocio y tuvieron el coraje de seguirlo.
Asimismo, ya desde entonces destacaba entre sus grandes preocupaciones la integración de los laicos en las tareas pastorales.
Mons.
Wojtyla tendrá una activa participación en el Concilio Vaticano II.
Además de sus intervenciones, que fueron numerosas, fue elegido para
formar parte de tres comisiones: Sacramentos y Culto Divino, Clero y
Educación Católica. Asimismo formó parte del comité de redacción que
tuvo a su cargo la elaboración de la Constitución pastoral Gaudium et
spes.
Es creado
Cardenal por el Papa Pablo VI en 1967, un año clave para la Iglesia
peregrina en tierras polacas. Fue entonces que la Sede Apostólica puso
en marcha su conocida Ostpolitik, dando inicio a un importante
"deshielo" a nivel de las frías relaciones entre la Iglesia y el Estado
comunista. El flamante Cardenal Wojtyla asumiría un importante papel en
este diálogo, y sin duda respondió a esta difícil y delicada tarea con
mucho coraje y habilidad. Su postura -la postura en representación de la
Iglesia- era la misma que había sido tomada también por sus ejemplares
predecesores: la defensa de la dignidad y derechos de toda persona
humana, así como la defensa del derecho de los fieles a profesar
libremente su fe.
Su
sagacidad y tenacidad le permitieron obtener también otras
significativas victorias: tras largos años de esfuerzos, en contra de la
persistente oposición de las autoridades, tuvo el gran gozo de
inaugurar una iglesia en Nowa Huta, una "ciudad piloto" comunista. Los
muros de esta iglesia, cual símbolo silente y a la vez elocuente de la
victoria de la Iglesia sobre el régimen comunista, habían sido
levantados con más de dos millones de piedras talladas voluntariamente
por los cristianos de Cracovia.
En cuanto
a la pastoral de su arquidiócesis, el continuo crecimiento de la cuidad
planteaba al Cardenal muchos retos. Ello motivó a que con habitual
frecuencia reuniese a su presbiterio para analizar las diversas
situaciones, con el objeto de responder adecuada y eficazmente a los
desafíos que se iban presentando.
En 1975
asiste al III Simposio de Obispos Europeos. Allí en el que se le confía
la ponencia introductoria: «El obispo como servidor de la fe». Ese mismo
año dirige los ejercicios espirituales para Su Santidad Pablo VI y para
la Curia vaticana. Las pláticas que dio en aquella ocasión fueron
publicadas en un libro titulado Signo de contradicción.
II. Sucesor de Pedro
Elegido
pontífice el 16 de octubre de 1978, escogió los mismos nombres que había
tomado su predecesor: Juan Pablo. En una hermosa y profunda reflexión,
hecha pública en su primera encíclica (Redemptor hominis), dirá él mismo
sobre el significado de este nombre:
«Ya el día 26
de agosto de 1978, cuando él (el entonces electo Cardenal Albino
Luciani) declaró al Sacro Colegio que quería llamarse Juan Pablo -un
binomio de este género no tenía precedentes en la historia del Papado-
divisé en ello un auspicio elocuente de la gracia para el nuevo
pontificado. Dado que aquel pontificado duró apenas 33 días, me toca a
mí no sólo continuarlo sino también, en cierto modo, asumirlo desde su
mismo punto de partida. Esto precisamente quedó corroborado por mi
elección de aquellos dos nombres. Con esta elección, siguiendo el
ejemplo de mi venerado Predecesor, deseo al igual que él expresar mi
amor por la singular herencia dejada a la Iglesia por los Pontífices
Juan XXIII y Pablo VI y al mismo tiempo mi personal disponibilidad a
desarrollarla con la ayuda de Dios. A través de estos dos nombres y dos
pontificados conecto con toda la tradición de esta Sede Apostólica, con
todos los Predecesores del siglo XX y de los siglos anteriores,
enlazando sucesivamente, a lo largo de las distintas épocas hasta las
más remotas, con la línea de la misión y del ministerio que confiere a
la Sede de Pedro un puesto absolutamente singular en la Iglesia. Juan
XXIII y Pablo VI constituyen una etapa, a la que deseo referirme
directamente como a umbral, a partir del cual quiero, en cierto modo en
unión con Juan Pablo I, proseguir hacia el futuro, dejándome guiar por
la confianza ilimitada y por la obediencia al Espíritu que Cristo ha
prometido y enviado a su Iglesia (...). Con plena confianza en el
Espíritu de Verdad entro pues en la rica herencia de los recientes
pontificados. Esta herencia está vigorosamente enraizada en la
conciencia de la Iglesia de un modo totalmente nuevo, jamás conocido
anteriormente, gracias al Concilio Vaticano II».
"No tengáis miedo"
Fueron éstas
las primeras palabras que S.S. Juan Pablo II lanzó al mundo entero desde
la Plaza de San Pedro, en aquella memorable homilía celebrada con
ocasión de la inauguración oficial de su pontificado, el 22 de octubre
de 1978. Y son ciertamente estas mismas palabras las que ha hecho
resonar una y otra vez en los corazones de innumerables hombres y
mujeres de nuestro tiempo, alentándonos -sin caer en pesimismos ni
ingenuidades- a no tener miedo "a la verdad de nosotros mismos", miedo
"del hombre ni de lo que él ha creado": «¡no tengáis miedo de vosotros
mismos!». Desde el inicio de su pontificado ha sido ésta su firme
exhortación a confiar en el hombre, desde la humilde aceptación de su
contingencia y también de su ser pecador, pero dirigiendo desde allí la
mirada al único horizonte de esperanza que es el Señor Jesús, vencedor
del mal y del pecado, autor de una nueva creación, de una humanidad
reconciliada por su muerte y resurrección. Su llamado es, por eso mismo,
un llamado a no tener miedo a abrir de par en par las puertas al
Redentor, tanto de los propios corazones como también de las diversas
culturas y sociedades humanas.
Este
llamado que ha dirigido a todos los hombres de este tiempo, es a la vez
una enorme exigencia que él mismo se ha impuesto amorosamente. En
efecto, «el Papa -dice él de sí mismo-, que comenzó Su pontificado con
las palabras "!No tengáis miedo!", procura ser plenamente fiel a tal
exhortación, y está siempre dispuesto a servir al hombre, a las
naciones, y a la humanidad entera en el espíritu de esta verdad
evangélica».
Desde "un país lejano"
«Me han
llamado de una tierra distante, distante pero siempre cercana en la
comunión de la Fe y Tradición cristianas». Fueron estas, al inicio de su
pontificado, las palabras del primer Papa no italiano desde Adriano VI
(1522).
Juan
Pablo II nació en Polonia, una extraordinaria nación que por su
fidelidad a la fe, puesta en el crisol de la prueba muchas veces, llegó a
ser considerada como un "baluarte de la cristiandad", de allí el
"Semper fidelis" con que orgullosamente califican los católicos polacos a
su patria. La personalidad de S.S. Juan Pablo II está sellada por la
identidad y cultura propias de su Polonia natal: una nación con raíces
profundamente católicas, cuya unidad e identidad, más que en sus límites
territoriales, se encuentra en su historia común, en su lengua y en la
fe católica.
Su
origen, al mismo tiempo, lo une a los pueblos eslavos, evangelizados
hace once siglos por los santos hermanos Cirilo y Metodio. Será
casualmente «recordando la inestimable contribución dada por ellos a la
obra del anuncio del Evangelio en aquellos pueblos y, al mismo tiempo, a
la causa de la reconciliación, de la convivencia amistosa, del
desarrollo humano y del respeto a la dignidad intrínseca de cada
nación», que su S.S. Juan Pablo II proclamó a los santos Cirilo y
Metodio copatronos de Europa, junto a San Benito. A ellos, dicho sea de
paso, está dedicada su hermosa encíclica Slavorum apostoli, en la que
hace explícita esta gratitud: «se siente particularmente obligado a ello
el primer Papa llamado a la sede de Pedro desde Polonia y, por lo
tanto, de entre las naciones eslavas».
Una nación probada en su fe
El nuevo Papa
era un hombre que había podido conocer «desde dentro, los dos sistemas
totalitarios que han marcado trágicamente nuestro siglo: el nazismo de
una parte, con los horrores de la guerra y de los campos de
concentración, y el comunismo, de otra, con su régimen de opresión y de
terror». A lo largo de aquellos años de prueba, la personalidad de Karol
fue forjada en el crisol del dolor y del sufrimiento, sin perder jamás
la esperanza, nutrida en la fe. Esta experiencia vivida en su juventud
nos permite comprender su gran «sensibilidad por la dignidad de toda
persona humana y por el respeto de sus derechos, empezando por el
derecho a la vida». Su encíclica Evangelium vitae es la expresión
magisterial más firme y acabada de esta profunda sensibilidad humana y
pastoral.
Gracias a
aquellas dramáticas experiencias que vivió en aquellos tiempos
terribles «es fácil entender también mi preocupación por la familia y
por la juventud». Esta preocupación, por su parte, ha hallado su más
amplia expresión magisterial en la encíclica Familiaris consortio.
Improntas del pontificado de Juan Pablo II
La vida cristiana y la Trinidad: Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo
El Papa
Juan Pablo II ha querido hacer evidente desde el inicio de su
pontificado la relación existente -aunque quizá tantas veces olvidada o
relegada- de la vida de la Iglesia (y de cada uno de sus hijos) con la
Trinidad, dedicando sus primeras encíclicas a profundizar en cada una de
las tres personas de la Trinidad: una a Dios Padre, rico en
misericordia (1980); otra al Hijo, Redentor del mundo (1979); y otra al
Espíritu Santo, Señor y dador de vida (1986). Este es el misterio
central de la fe cristiana: Dios es uno solo, pero a la vez tres
Personas. Recuerda así las bases de la verdadera fe, y con ello el
fundamento de la auténtica vida de la Iglesia y de cada uno de sus
hijos: en efecto, no se entiende la vida del cristiano si no es en
relación con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Comunión de Amor.
"Totus Tuus"... un Papa sellado por el amor a la Madre
Totus Tuus, o
Todo tuyo (con evidente referencia a María), fue el lema ele-gido por
Su Santidad Juan Pablo II al asumir el timón de la barca de Pedro. De
este modo se consagraba a Ella, se acogía a su tierno cuidado e
intercesión, invitándola a sellar con su amorosa presencia maternal la
entera trayectoria de su pontificado. Con ocasión de la Eucaristía
celebrada el 18 de octubre de 1998, a los veinte años de su elección y a
los 40 años de haber sido nombrado obispo, reiterará en la Plaza de San
Pedro ese "Totus Tuus" ante el mundo católico.
En otra
ocasión había dicho él mismo con respecto a esta frase: «Totus Tuus.
Esta fórmula no tiene solamente un carácter piadoso, no es una simple
expresión de devoción: es algo más. La orientación hacia una devoción
tal se afirmó en mí en el período en que, durante la Segunda Guerra
Mundial, trabajaba de obrero en una fábrica. En un primer momento me
había parecido que debía alejarme un poco de la devoción mariana de la
infancia, en beneficio de un cristianismo cristocéntrico. Gracias a san
Luis Grignon de Montfort comprendí que la verdadera devoción a la Madre
de Dios es, sin embargo, cristocéntrica, más aún, que está profundamente
radicada en el Misterio trinitario de Dios, y en los misterios de la
Encarnación y la Redención. Así pues, redescubrí con conocimiento de
causa la nueva piedad mariana, y esta forma madura de devoción a la
Madre de Dios me ha seguido a través de los años: sus frutos son la
Redemptoris Mater y la Mulieris dignitatem».
Otro
signo de su amor filial a Santa María es su escudo pontificio: sobre un
fondo azul, una cruz amarilla, y bajo el madero horizontal derecho, una
"M", también amarilla, representando a la Madre que estaba "al pie de la
cruz", donde -a decir de San Pablo- en Cristo estaba Dios reconciliando
el mundo consigo. En su sorprendente sencillez, su escudo es, pues, una
clara expresión de la importancia que el Santo Padre le reconoce a
Santa María como eminente cooperadora en la obra de la reconciliación
realizada por su Hijo.
Su escudo
se alza ante todos como una perenne y silente profesión de un amor
tierno y filial hacia la Madre del Señor Jesús, y a la vez, es una
constante invitación a todos los hijos de la Iglesia para que
reconozcamos su papel de cooperadora en la obra de la reconciliación,
así como su dinámica función maternal para con cada uno de nosotros. En
efecto, «entregándose filialmente a María, el cristiano, como el apóstol
Juan, "acoge entre sus cosas propias" a la Madre de Cristo y la
introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su "yo"
humano y cristiano: "La acogió en su casa". Así el cristiano, trata de
entrar en el radio de acción de aquella "caridad materna", con la que la
Madre del Redentor "cuida de los hermanos de su Hijo", "a cuya
generación y educación coopera" según la medida del don, propia de cada
uno por la virtud del Espíritu de Cristo. Así se manifiesta también
aquella maternidad según el espíritu, que ha llegado a ser la función de
María a los pies de la Cruz y en el cenáculo».
La
profundización de la teología y de la devoción mariana -en fiel
continuidad con la ininterrumpida tradición católica- es una impronta
muy especial de la persona y pontificado del Santo Padre.
Hombre del perdón; apóstol de la reconciliación
Quizá muchos
jóvenes desconocen el atentado que el Santo Padre sufrió aquel ya lejano
13 de mayo de 1981, a manos de un joven turco, de nombre Alí Agca.
Entonces, guardándolo milagrosamente de la muerte, se manifestó la
Providencia divina que le concedía a su elegido una invalorable ocasión
para experimentar en sí mismo el dolor y sufrimiento humano -físico,
sicológico y también espiritual- para poder mejor asociarse a la cruz
del Señor Jesús y solidarizarse más aún con tantos hermanos dolientes.
Fruto de esta experiencia vivida con un profundo horizonte sobrenatural
será su hermosa Carta Apostólica Salvifici doloris.
Aquel
hecho fue también una magnífica oportunidad para mostrar al mundo entero
que él, fiel discípulo del Maestro, es un hombre que no sólo llama a
vivir el perdón y la reconciliación, sino que él mismo lo vive: una vez
recuperado, en un gesto auténticamente cristiano y de enorme grandeza de
espíritu, el Santo Padre se acercó a su agresor -recluido en la cárcel-
para ofrecerle el perdón y constituirse él mismo en un testimonio vivo
de que el amor cristiano es más grande que el odio, de que la
reconciliación -aunque exigente- puede ser vivida, y de que éste es el
único camino capaz de convertir los corazones humanos y de traerles la
paz tan anhelada.
Servidor de la comunión y de la reconciliación
El deseo de
invitar a todos los hombres a vivir un proceso de reconciliación con
Dios, con los hermanos humanos, consigo mismos y con la entera obra de
la creación ha dado pie a numerosas exhortaciones en este sentido. Ocupa
un singular lugar su Exhortación Apostólica Post-Sinodal Reconciliatio
et paenitentiae -sobre la reconciliación y la penitencia en la misión de
la Iglesia hoy (se nutre de la reflexión conjunta que hicieron los
obispos del mundo reunidos en Roma el año 1982 para la VI Asamblea
General del Sínodo de Obispos)-, y tiene un peso singularmente
importante la declaración que hiciera en el Congreso Eucarístico de
Téramo, el 30 de junio de 1985: «Poniéndome a la escucha del grito del
hombre y viendo cómo manifiesta en las circunstancias de la vida una
nostalgia de unidad con Dios, consigo mismo y con el prójimo, he
pensado, por gracia e inspiración del Señor, proponer con fuerza ese don
original de la Iglesia que es la reconciliación».
La preocupación social de S.S. Juan Pablo II
La encíclica
Centessimus annus, que conmemora el centésimo año desde el inicio formal
del Magisterio Social Pontificio con la publicación de encíclica Rerum
novarum de S.S. León XIII, se ha constituido en el último gran aporte de
S.S. Juan Pablo II en lo que toca a dicho Magisterio. En ella escribía:
«... deseo ante todo satisfacer la deuda de gratitud que la Iglesia
entera ha contraído con el gran Papa (León XIII) y con su "inmortal
Documento". Es también mi deseo mostrar cómo la rica savia, que sube
desde aquella raíz, no se ha agotado con el paso de los años, sino que,
por el contrario, se ha hecho más fecunda».
Indudablemente
enriquecido por su propia experiencia como obrero, y en su particular
cercanía con sus compañeros de labores, la gran preocupación social del
actual Pontífice ya había encontrado otras dos ocasiones para
manifestarse al mundo entero en lo que toca al magisterio: la encíclica
Laborem exercens, sobre el trabajo humano, y la encíclica Sollicitudo
rei socialis, sobre los problemas actuales del desarrollo de los hombres
y de los pueblos.
La nueva evangelización: tarea principal de la Iglesia
Desde el
inicio de su pontificado el Papa Juan Pablo II ha estado empeñado en
llamar y comprometer a todos los hijos de la Iglesia en la tarea de una
nueva evangelización: «nueva en su ardor, en sus métodos, en su
expresión».
Pero,
como recuerda el Santo Padre, «si a partir de la Evangelii nuntiandi se
repite la expresión nueva evangelización, eso es solamente en el sentido
de los nuevos retos que el mundo contemporáneo plantea a la misión de
la Iglesia» ... «Hay que estudiar a fondo -dice el Santo Padre- en qué
consiste esta Nueva Evangelización, ver su alcance, su contenido
doctrinal e implicaciones pastorales; determinar los "métodos" más
apropiados para los tiempos en que vivimos; buscar una "expresión" que
la acerque más a la vida y a las necesidades de los hombres de hoy, sin
que por ello pierda nada de su autenticidad y fidelidad a la doctrina de
Jesús y a la tradición de la Iglesia».
En esta
tarea el Papa Juan Pablo II tiene una profunda conciencia de la
necesidad urgente del apostolado de los laicos en la Iglesia,
preocupación que se refleja claramente en su Encíclica Christifideles
laici y en el impulso que ha venido dando al desarrollo de los diversos
Movimientos eclesiales. Por eso mismo, en la tarea de la nueva
evangelización «la Iglesia trata de tomar una conciencia más viva de la
presencia del Espíritu que actúa en ella (...) Uno de los dones del
Espíritu a nuestro tiempo es, ciertamente, el florecimiento de los
movimientos eclesiales, que desde el inicio de mi pontificado he
señalado y sigo señalando como motivo de esperanza para la Iglesia y
para los hombres».
Pero S.S.
Juan Pablo II no entiende la nueva evangelización simplemente como una
"misión hacia afuera": la misión hacia adentro (es decir, la
reconciliación vivida en el ámbito interno de la misma Iglesia) ha sido
también destacada por el Santo Padre como una urgente necesidad y tarea,
pues ella es un signo de credibilidad para el mundo entero. Desde esta
perspectiva hay que comprender también el fuerte empeño ecuménico
alentado por el Santo Padre, muy en la línea del rumbo marcado por los
pontífices precedentes y por los Padres conciliares.
"Que todos sean uno"
El Santo
Padre, como Cristo el Señor hace dos mil años, sigue elevando también
hoy al Padre esta ferviente súplica: «¡Que todos sean uno (Ut unum
sint)… para que el mundo crea!». Como incansable artesano de la
reconciliación, el actual Sucesor de Pedro ha venido trabajado desde el
inicio de su pontificado por lograr la unidad y reconciliación de todos
los cristianos entre sí, sin que ello signifique de ningún modo
claudicar a la Verdad: «El diálogo -dijo Su Santidad a los Obispos
austriacos, en 1998-, a diferencia de una conversa-ción superficial,
tiene como objetivo el descubrimiento y el reconocimiento co-mún de la
verdad. (…) La fe viva, transmitida por la Iglesia universal, representa
el fundamento del diálogo para todas las partes. Quien abandona esta
base común elimina de todo diálo-go en la Iglesia la posibilidad de
conver-tirse en diálogo de salvación. (…) nadie puede desempeñar
since-ramente un papel en un proceso de diá-logo si no está dispuesto a
exponerse a la verdad y a crecer en ella».
Renovado impulso a la catequesis
Como dice el
Santo Padre, la Encíclica Redemptoris missio quiere ser -después de la
Evangelii nuntiandi- «una nueva síntesis de la enseñanza sobre la
evangelización del mundo contemporáneo».
Por otro
lado, la Exhortación Apostólica Catechesi tredendae es un intento -ya
desde el inicio de su pontificado- de dar un nuevo impulso a la labor
pastoral de la catequesis.
El Santo
Padre, desde que asumió su pontificado, ha mantenido las catequesis de
los miércoles iniciadas por su predecesor Pablo VI. En ellos ha
desarrollado principalmente el contenido del "Credo".
En este
mismo sentido el Catecismo de la Iglesia Católica -aprobado por el Santo
Padre en 1992- ha querido ser «el mejor don que la Iglesia puede hacer a
sus Obispos y a todo el Pueblo de Dios», teniendo en cuenta que es un
«valioso instrumento para la nueva evangelización, donde se compendia
toda la doctrina que la Iglesia ha de enseñar».
El Papa peregrino
Quizá más de
uno se ha preguntado sobre el sentido de los numerosos viajes
apostólicos que ha realizado el Santo Padre (más de doscientos, contando
sus viajes al exterior como al interior de Italia):
«En nombre de
toda la Iglesia, siento imperioso el deber de repetir este grito de san
Pablo («Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es
más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mi si no predicara el
Evangelio!»). Desde el comienzo de mi pontificado he tomado la decisión
de viajar hasta los últimos confines de la tierra para poner de
manifiesto la solicitud misionera; y precisamente el contacto directo
con los pueblos que desconocen a Cristo me ha convencido aún más de la
urgencia de tal actividad a la cual dedico la presente Encíclica
(Redemptoris missio)».
Asimismo dirá
el Papa de sus numerosas visitas a las diversas parroquias: «la
experiencia adquirida en Cracovia me ha enseñado que conviene visitar
personalmente a las comunidades y, ante todo, las parroquias. Éste no es
un deber exclusivo, desde luego, pero yo le concedo una importancia
primordial. Veinte años de experiencia me han hecho comprender que,
gracias a las visitas parroquiales del obispo, cada parroquia se
inscribe con más fuerza en la más vasta arquitectura de la Iglesia y, de
este modo, se adhiere más íntimamente a Cristo».
S.S. Juan Pablo II y los jóvenes
Desde 1985 la
Iglesia ha visto surgir las Jornadas Mundiales de los Jóvenes. Su
génesis -recuerda el Santo Padre- fue el Año Jubilar de la Redención y
el Año Internacional de la Juventud, convocado por la Organización de
las Naciones Unidas en aquel mismo año:
«Los
jóvenes fueron invitados a Roma. Y éste fue el comienzo. (...) El día de
la inauguración del pontificado, el 22 de octubre de 1978, después de
la conclusión de la liturgia, dije a los jóvenes en la plaza de San
Pedro: "Vosotros sois la esperanza de la Iglesia y del mundo. Vosotros
sois mi esperanza"».
Maestro de ética y valores
También en
nuestro siglo, y con sus particulares notas de gravedad, el Santo Padre
ha notado con paternal preocupación como el hombre ha "cambiado la
verdad por la mentira". Consecuencia de este triste "cambio" es que el
hombre ha visto ofuscada su capacidad para conocer la verdad y para
vivir de acuerdo a esa verdad, en orden a encontrar su felicidad en la
plena realización como persona humana. La publicación de la Encíclica
Veritatis splendor constituye la plasmación de un testimonio ante el
mundo del esplendor de la Verdad. En ella se descubren las enseñanzas de
quien fuera un notable profesor de ética, que en su calidad de Sumo
Pontífice sale al encuentro del relativismo moral a que ha llegado la
cultura de hoy: «Ningún hombre puede eludir las preguntas fundamentales:
¿qué debo hacer?, ¿cómo puedo discernir el bien del mal? La respuesta
sólo es posible gracias al esplendor de la verdad que brilla en lo más
íntimo del espíritu humano… La luz del rostro de Dios resplandece con
toda su belleza en el rostro de Jesucristo… Él es "el Camino, la Verdad y
la Vida". Por esto la respuesta decisiva de cada interrogante del
hombre, en particular de sus interrogantes religiosos y morales, la da
Jesucristo; más aún, como recuerda el Concilio Vaticano II, la respuesta
es la persona misma de Jesucristo: "Realmente, el misterio del hombre
sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado…"». A lo largo de
toda su encíclica el Santo Padre, con desarrollos magistrales, se ocupa
de presentar un horizonte ético -en íntima conexión con la verdad sobre
el hombre- para el pleno desarrollo de la persona humana en respuesta al
designio divino.
Incansable Servidor de la fe y de la Verdad
A los veinte
años de su elevación al Solio Pontificio, el Papa Juan Pablo II -como un
incansable Maestro de la Verdad- ha dado a conocer al mundo entero su
decimotercera encíclica: Fides et ratio, fe y razón. En ella presenta en
forma positiva la búsqueda de la verdad que nace de la naturaleza
profunda del ser humano. Sale al paso de múltiples errores que
actualmente obstaculizan el acceso a la verdad, y más aún a la Verdad
última sobre Dios y sobre el hombre que como don gratuito Dios mismo ha
ofrecido a la humanidad entera a través de la revelación. La verdad, la
posibilidad de conocerla, la relación entre razón y fe, entre filosofía y
teología son temas que va tocando en respuesta a la situación de enorme
confusión, de relativismo y subjetivismo en la que se encuentra inmersa
nuestra cultura de hoy.
Trabajando por la consolidación de los frutos del Concilio Vaticano II
El Santo
Padre ha sido un incansable artesano que ha trabajado, a lo largo de los
ya veinte años de su fecundo pontificado, en favor de la profundización
y consolidación de los abundantísimos frutos suscitados por el Espíritu
Santo en el Concilio Vaticano segundo. Al respecto ha dicho él mismo:
«Es indispensable este trabajo de la Iglesia orientado a la verificación
y consolidación de los frutos salvíficos del Espíritu, otorgados en el
Concilio. A este respecto conviene saber "discernirlos" atentamente de
todo lo que contrariamente puede provenir sobre todo del "príncipe de
este mundo". Este discernimiento es tanto más necesario en la
realización de la obra del Concilio ya que se ha abierto ampliamente al
mundo actual, como aparece claramente en las importantes Constituciones
conciliares Gaudium et spes y Lumen gentium».
Con S.S. Juan Pablo II hacia el tercer milenio
El Papa Juan
Pablo II, mediante su Carta apostólica Tertio millenio adveniente, ha
invitado a toda la cristiandad a prepararse para lo que será una gran
celebración y conmemoración: tres años han sido dedicados por deseo
explícito del Sumo Pontífice a la reflexión y profundización en torno a
cada una de las Personas divinas del Misterio de la Santísima Trinidad:
1997 ha sido dedicado al Hijo, 1998 al Espíritu Santo y 1999 al Padre.
De este modo la Iglesia se prepara a celebrar con un gran Jubileo los
dos mil años del nacimiento de Jesucristo, el Hijo eterno del Padre que
-de María Virgen y por obra del Espíritu Santo- «nació del Pueblo
elegido, en cumplimiento de la promesa hecha a Abraham y recordada
constantemente por los profetas».
De Él, y
del cristianismo, nos ha recordado en su misma Carta el Papa: «Estos
(los profetas de Israel) hablaban en nombre y en lugar de Dios. (…) Los
libros de la Antigua Alianza son así testigos permanentes de una atenta
pedagogía divina. En Cristo esta pedagogía alcanza su meta: Él no se
limita a hablar "en nombre de Dios" como los profetas, sino que es Dios
mismo quien habla en su Verbo eterno hecho carne. Encontramos aquí el
punto esencial por el que el cristianismo se diferencia de las otras
religiones, en las que desde el principio se ha expresado la búsqueda de
Dios por parte del hombre. El cristianismo comienza con la Encarnación
del Verbo. Aquí no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino que es
Dios quien viene en Persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el
camino por el cual es posible alcanzarlo. (…) El Verbo Encarnado es,
pues, el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la
humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de toda
expectativa humana».
Este
acontecimiento histórico central para la humanidad entera,
acontecimiento por el que Dios que se hace hombre para decir «la palabra
definitiva sobre el hombre y sobre la historia», es lo que la Iglesia
se prepara a celebrar con un gran Jubileo, y de este modo se prepara a
trasponer el umbral del nuevo milenio. Su Santidad, el "dulce Cristo
sobre la tierra", como icono visible del Buen Pastor va a la cabeza de
la Iglesia que peregrina en este tiempo de profundas transformaciones,
constituyéndose para todos sus hijos e hijas que con valor quieren
escucharle y seguirle, en roca segura y guía firme … "¡No tengáis
miedo!"… son las palabras que también hoy brotan con insistencia de los
labios de Pedro, hombre de frágil figura, pero elegido y fortalecido por
Dios para sostener el edificio de la Iglesia toda con una fe firme y
una esperanza inconmovible.
(Lo que
sigue es un artículo titulado «S.S. Juan Pablo II: "Profeta del
sufrimiento"», cuyo autor es Mons. Cipriano Calderón Polo)
«S.S.
Juan Pablo II, es en esta etapa final del segundo milenio, el Pastor
universal del pueblo de Dios, guía segura para atravesar el "umbral de
la esperanza" que nos introducirá en el tercer milenio de la
evangelización...
«¿Cómo se
presenta al mundo de hoy el Papa en esta encrucijada decisiva de la
historia? «Su imagen característica es ahora la de profeta del
sufrimiento, un sacerdote, un evangelizador que realiza en su amable
persona la doctrina que él mismo ha explicado en la carta apostólica
Salvifici doloris (11 de febrero de 1984) y en tantos discursos sobre el
significado del dolor humano.
«Juan
Pablo II, en las celebraciones litúrgicas, en las audiencias, en los
viajes apostólicos, en todas sus actividades, aparece como un icono del
sufrimiento, dando a la Iglesia un testimonio formidable de la fuerza
evangelizadora del dolor físico y moral.
«En su
persona de Vicario de Cristo se cruzan las debilidades físicas: esas
"debilidades del Papa" a las que él mismo se refirió el día de Navidad
de 1995 desde la ventana de su despacho; las penas y dolores cada vez
más crecientes de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, de todos los
pueblos, especialmente de aquellos más pobres de América Latina, África y
Asia; los sufrimientos de toda la Iglesia, que naturalmente se acumulan
en el vértice de la misma. Y a todo ello se une la fatiga pastoral
producida por una entrega sin reservas al ministerio petrino, al que el
Papa Wojtyla sigue ofreciendo generosamente todas sus energías, sin
dejarse rendir por la edad o por los quebrantos de salud.
«El Santo
Padre camina hacia el año 2000, al frente de la humanidad, llevando la
cruz de Jesús. Así se parece más al divino Redentor.
«Él mismo
lo ha hecho notar en una alocución dominical -Ángelus- pronunciada
desde su habitación del hospital Gemelli: "¿Cómo me presentaré yo ahora
-comentaba- a los potentes del mundo y a todo el pueblo de Dios? Me
presentaré con lo que tengo y puedo ofrecer: con el sufrimiento. He
comprendido -decía- que debo conducir a la Iglesia de Cristo hacia el
tercer milenio, con la oración, con múltiples iniciativas (como la que
actualmente está viviendo toda la Iglesia: un trienio de preparación
propuesto en su carta Tertium millenium adveniente); pero he visto que
esto no basta: necesito llevarla también con el sufrimiento"».
Nació al
Reino de Dios, el 2 de abril de 2005, El 28 de junio del mismo año se
inició su causa para la beatificación, misma que se realizó el 1 de
mayo, Segundo Domingo de Pascua del año 2011, Día de la Divina
Misericordia, en ceremonia presidida por S.S. Benedicto XVI.
Oración para implorar favores por intercesión de
San Juan Pablo II
¡Oh San Juan Pablo, desde la ventana del Cielo dónanos tu bendición!
Bendice a
la Iglesia, que tú has amado, servido, y guiado, animándola a caminar
con coraje por los senderos del mundo para llevar a Jesús a todos y a
todos a Jesús.
Bendice a
los jóvenes, que han sido tu gran pasión. Concédeles volver a soñar,
volver a mirar hacia lo alto para encontrar la luz, que ilumina los
caminos de la vida en la tierra.
Bendice las familias, ¡bendice cada familia!
Tú
advertiste el asalto de Satanás contra esta preciosa e indispensable
chispita de Cielo, que Dios encendió sobre la tierra. San Juan Pablo,
con tu oración protege las familias y cada vida que brota en la familia.
Ruega por
el mundo entero, todavía marcado por tensiones, guerras e injusticias.
Tú te opusiste a la guerra invocando el diálogo y sembrando el amor:
ruega por nosotros, para que seamos incansables sembradores de paz.
Oh San
Juan Pablo, desde la ventana del Cielo, donde te vemos junto a María,
haz descender sobre todos nosotros la bendición de Dios. Amén.
Primer milagro: La beatificación
El milagro
que permitió la beatificación del Papa Juan Pablo II fue la sanación de
la religiosa francesa Marie Simon-Pierre, que padecía de Párkinson, la
enfermedad que durante años padeció el extinto Pontífice.
Marie
Simon PierreMarie Simon-Pierre, nacida en 1962, perteneciente a la
congregación de las Hermanitas de las Maternidades Católicas, trabaja
actualmente en la maternidad de la Sainte Félicité, en el distrito
número 15 de París.
A
Marie-Simon-Pierre le diagnosticaron los trastornos neurológicos propios
de esa enfermedad en junio de 2001. A continuación, podrán leer el
testimonio de la Hermana Marie Simon Pierre:
"Estaba
enferma de Parkinson. Me fue diagnosticado en junio de 2001. La
enfermedad me había afectado toda la parte derecha del cuerpo,
causándome una serie de dificultades. Después de tres años, de una fase
inicial lentamente progresiva de la enfermedad, se agravaron los
síntomas, se acentuaron los temblores, la rigidez, los dolores y el
insomnio.
Desde el 2
de abril de 2005, comencé a empeorar de semana en semana, me debilitaba
de día en día, no conseguía escribir -soy zurda- y, si intentaba
hacerlo, lo que escribía era difícilmente legible. No conseguía conducir
el coche, salvo en trayectos muy breves, porque mi pierna izquierda se
bloqueaba a veces durante mucho rato y la rigidez no me permitía
conducir. Para desarrollar mi trabajo en el ámbito hospitalario
necesitaba además siempre mucho tiempo. Estaba totalmente exhausta.
Después del diagnóstico, me era difícil ver a Juan Pablo II en
televisión; pero me sentía muy cercana a él en la oración, y sabía que
podía entender lo que yo vivía. Admiraba su fuerza y su coraje, que me
estimulaban a no rendirme y a amar este sufrimiento. Sólo el amor habría
dado sentido a todo ello. Era una lucha cotidiana, pero mi único deseo
era vivirla en la fe, y de aceptar con amor la voluntad del Padre.
Era la
Pascua de 2005, y deseaba ver a nuestro Santo Padre en televisión,
porque en mi interior sabía que sería la última vez que iba a poder
hacerlo. Durante toda la mañana me preparé para aquel encuentro (él me
mostraba lo que yo sería al cabo de algunos años). Era muy duro para mí,
que era tan joven... Pero un imprevisto no me permitió verlo.
La tarde
del 2 de abril de 2005, estaba reunida toda la comunidad para participar
en la vigilia de oración en la plaza de San Pedro, transmitida en
directo por la televisión francesa de la diócesis de Paría (KTO), cuando
fue anunciada la muerte de Juan Pablo II se me vino el mundo encima.
Había perdido al amigo que me entendía y que me daba la fuerza de seguir
adelante.
Notaba en
aquellos días la sensación de un gran vacío, pero sentía la certeza de
su presencia viva. El 13 de mayo, fiesta de Nuestra Señora de Fátima, el
Papa Benedicto XVI anunció oficialmente el comienzo de la Causa de
beatificación y canonización del Siervo de Dios Juan Pablo II. A partir
del 14 de mayo, las hermanas de todas las comunidades francesas y
africanas de mi Congregación pidieron la intercesión de Juan Pablo II
para mi curación. Rezaron incansablemente, hasta que llegó la noticia de
la curación. Yo estaba de vacaciones en aquellos días. El 26 de mayo,
concluido el tiempo de descanso, volví a la comunidad, totalmente
exhausta a causa de la enfermedad. Si crees, verás la gloria de Dios:
éste es el fragmento del evangelio de San Juan que me acompaña desde el
14 de mayo. Y el 1 de junio: "¡No puedo más! Debo luchar para mantenerme
en pie y andar". El 2 de junio, por la tarde, fui a hablar con mi
Superiora, para pedirle que me dispensara de toda actividad laboral. Me
pidió que resistiese todavía un poco, hasta el regreso de Lourdes, en
agosto, y añadió: "Juan Pablo II no ha dicho todavía la última palabra".
Seguramente,
él estaba presente en aquel encuentro, que se desarrolló en la paz y en
la serenidad. Luego, la Superiora me dio una estilográfica y me pidió
que escribiera "Juan Pablo II". Eran las 17 horas. A duras penas,
escribí "Juan Pablo II". Ante la caligrafía ilegible, permanecimos largo
rato en silencio... Y la jornada prosiguió como de costumbre. Tras la
oración de la tarde, a las 21 horas, pasé por mi oficina para volver
después a mi habitación. Sentí el deseo de coger una estilográfica y
escribir, como si alguien me dijera: "Coge tu estilográfica y escribe…".
Era entre las 21:30 y 21:45. La caligrafía era claramente legible,
¡sorprendente! Me tendí sobre la cama, estupefacta. Habían pasado
exactamente dos meses desde el regreso de Juan Pablo II a la Casa del
Padre... Me desperté a las 4:30, sorprendida de haber podido dormir. Me
levanté de la cama. Mi cuerpo ya no estaba dolorido, había desaparecido
la rigidez e interiormente ya no era la misma. Luego sentí una llamada
interior y un fuerte impulso a caminar para ir a rezar ante el Santísimo
Sacramento. Bajé a la capilla y permanecí en oración. Sentí una
profunda paz y una sensación de bienestar, una experiencia demasiado
grande, como un misterio, difícil de explicar con palabras.
Después,
siempre ante el Santísimo Sacramento, medité los misterios de la luz, de
Juan Pablo II. A las 6 de la mañana, salí para unirme a mis hermanas en
la capilla, para un momento de oración, seguido de la celebración
eucarística. Tenía que recorrer unos 50 metros y, en aquel instante, al
caminar, me di cuenta de que mi brazo izquierdo se balanceaba, ya no
estaba inmóvil a lo largo del cuerpo. Noté también una ligereza y una
agilidad física desconocidas para mí desde hacía mucho tiempo.
Durante
la celebración eucarística, me sentí colmada de alegría y de paz. Era el
3 de junio, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Al salir de Misa,
estaba segura de que estaba curada... "Mi mano ya no tiembla. Me voy de
nuevo a escribir". A mediodía dejé de tomar las medicinas.
El 7 de
junio, como estaba previsto, fui al neurólogo que me atendía desde hacía
4 años. Se quedó sorprendido, también él, al constatar la imprevista
desaparición de todos los síntomas de la enfermedad, a pesar de que
había interrumpido el tratamiento cinco días antes de la visita. Al día
siguiente, la Superiora General confió a todas nuestras comunidades la
acción de gracias, y toda la Congregación inició una novena de gratitud a
Juan Pablo II.
He
interrumpido todo tipo de tratamiento. He reanudado el trabajo con
normalidad, no tengo dificultad alguna para escribir, y conduzco incluso
larguísimas distancias. Me parece haber renacido; es una vida nueva,
porque nada es como antes. Hoy puedo decir que el amigo que dejó nuestra
tierra está ahora muy cercano a mi corazón. Ha hecho crecer en mí el
deseo de la adoración del Santísimo Sacramento y el amor por la
Eucaristía, que tienen un lugar de privilegio en mi vida de cada día.
Esto que
el Señor me ha concedido vivir por intercesión de Juan Pablo II es un
gran misterio, difícil de explicar con palabras... Pero nada es
imposible para Dios. Realmente es cierto: "Si crees, verás la gloria de
Dios".
Se trata
del casos más impresionante de curación atribuído al difunto Papa, según
declaró en Roma, Monseñor Slawomir Oder, encargado del proceso de
canonización.
La
religiosa francesa Marie Simon Pierre revela detalles inéditos de su
curación obtenida por intercesión de Juan Pablo II en el siguient VÍDEO.
Segundo milagro: La canonización
"Le pedimos a
nuestro Papa Juan Pablo que nos ayudara a pedirle a Dios que me
ayudara", expresó Floribeth Mora, la beneficiaria del milagro confirmado
por la Santa Sede y que permitió la canonización del Papa polaco.
Según
informó el diario español La Razón, esta mujer que vive en la localidad
de Tres Ríos de Cartago (Costa Rica), "es la protagonista del milagro
que llevó a los altares al Papa polaco, Flory -como la llaman sus
familiares y amigos- superó un aneurisma cuando ya estaba desahuciada
por los médicos".
Todo
comenzó el 8 de abril de 2011 al despertar. "Me dio un dolor de cabeza
tan fuerte que pensé que me reventaría la cabeza. Le pedí a mi esposo
que me llevara al hospital porque me sentía bastante mal. Cuando llegué
me encontraba muy mal por los vómitos y el dolor de cabeza", relata Mora
en un testimonio escrito por ella misma hace un año, recogido ahora por
La Razón y confirmado a este diario por uno de los partícipes del
milagro.
Aquella
vez se le diagnosticó estrés y presión alta. Sin embargo, su estado de
salud no mejoraba y tras un posterior análisis en un hospital en San
José le dijeron "que tenía un pequeño derrame de sangre en mi cerebro,
luego me hicieron un TAC y descubrieron que se trataba de un aneurisma
cerebral en el lado derecho". En otro centro, tras varios intentos por
cerrar el goteo de sangre que sufría en su cerebro, el equipo médico que
la atendió tuvo que desistir al encontrarse la dilatación en un lugar
de difícil acceso.
Luego de
unos días en observación, las limitaciones del sistema sanitario
costarricense impidió que fuera operada. "Se cerraban así mis
posibilidad de sobrevivir a tan fatal diagnóstico", recuerda Mora, madre
de cuatro hijos, abuela de cuatro nietos y esposa de un ex oficial de
la Policía.
Le
dijeron que le quedaba un mes de vida. Sin embargo, a pesar de la
desesperación que en un primer momento tuvieron en su familia, "nos
llenamos de mucha fe, pero no puedo negar el miedo tan grande que sentía
al ver lo que me estaba sucediendo".
Cuando
aún no se cumplía un mes, se realizó en la Plaza de San Pedro la
beatificación de Juan Pablo II. Aquel 1 de mayo de 2011 Benedicto XVI
destacaba de su predecesor: "Durante 23 años pude estar cerca de él y
venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza
de sus intuiciones sostenían mi servicio. El ejemplo de su oración
siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro
con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio".
Mientras,
como todos los domingos, la familia de Floribeth acudió a Misa a la
parroquia. Acudieron al centro del barrio porque se estaba celebrando
una procesión. "En ese momento estaba pasando una carroza con la imagen
de Jesús Sacramentado y sentí un frío en el cuerpo. Me bajé del coche y
fui hasta allí". Entonces, el sacerdote que acompañaba a la procesión
declamaba una oración: "¡Oh, Señor! Hay una sanación".
"Le
pedimos a nuestro Papa Juan Pablo que nos ayudara a pedirle a Dios que
me ayudara". Y en ese preciso instante, algo empezó a cambiar. "Salí de
ese parque con la fe de que yo fui la sanada", expresó.
Días
después fue al Santuario de la Virgen de Ujarrás para rezar, consciente
de que el templo había recibido un relicario con muestras de sangre del
nuevo Beato. "De nuevo, un milagro", apostilla. Sin embargo, cuando
llegó ya había terminado la exposición. Sin embargo, el P. Dónald Solano
hizo una excepción. "Me la enseñó y la toqué. Seis meses después me
hicieron otro examen en el cerebro y me indicaron que el aneurisma había
desaparecido para la honra y la gloria de mi Dios", afirmó Floribeth.
Según
publicó el diario "La Nación" de Costa Rica, el neurocirujano Alejandro
Vargas Román, que atendió a Floribeth Mora durante su enfermedad,
confirmó que no encontró explicación científica a la desaparición
repentina del aneurisma que padecía cuando analizaron exámenes
posteriores a aquel 1 de mayo de 2011.
Vargas
reveló que funcionarios de la Santa Sede le consultaron sobre los
detalles del caso durante la fase diocesana del proceso de canonización.
"Médicamente, en teoría, nunca les va a desaparecer un aneurisma a las
personas porque es una dilatación. Científicamente yo no le tengo
ninguna explicación del por qué desapareció", expresó el médico, que
vivió en primera persona lo ocurrido en el hospital Calderón Guardia.